Creía que la decisión se pensaba, se meditaba, se analizaba, se debatía, se volvía a pensar, etc. Pensaba que para creer en un proyecto, hacía falta darle apoyo intelectual. Apoyé ideas que no me movían un pelo (o sí, pero sólo de la cabeza).
No creo haberme equivocado, pero tuve (todavía tengo algunos focos de resistencia) durante bastante tiempo una lucha interna: ¿cómo ganarle a la emoción? Escuchar una voz y que se me ponga la piel de gallina, se me revuelva la panza, lagrimee aunque no lo quiera, aunque no comparta ideológicamente, aunque no me sienta representada, sin embargo sentirme parte.
Hoy voté por emoción, ese es mi principal argumento (afortunadamente no el único). Una emoción innegable, que calladita se viene adueñando de mí. Y no hay con qué darle al sentimiento.
Espero que siga creciendo.
Creo.